Comer carne de res y cargar combustible, un lujo en los hogares
La escasez de combustible de la última semana, con filas interminables en los surtidores, agravó las necesidades de las familias en Santa Cruz, que ya venían padeciendo por el incremento de los productos de la canasta familiar.
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Fotos: EFE, Internet. |
Falta de dólares, con restricciones en las compras, incremento de los precios de los alimentos y de los remedios, sumados a la escasez de algunos, ya inquietaban a los bolivianos, pero ahora, desde Carnaval, la falta de combustible, con filas de más de un día que no garantizan el abastecimiento, parecen agravar aún más el panorama.
Milenca Gutiérrez no se esfuerza por disimular su enojo. Dijo que no tiene tiempo para quedarse cinco horas en una fila, porque “es irracional”, y que ya desde hace varios meses optó por usar su auto solo para ir a la oficina, y desde ahí moverse en micro a otros puntos de la ciudad.
De seguir tan complicada la obtención de combustible, porque vive por La Chonta, carretera a Warnes, cree que tendrá que optar por la bici, como en los días de paro, pero al ser una mujer que vive sola, también teme por su seguridad. “Los micros que pasan por la puerta de mi casa no trabajan tan temprano como los de la carretera, así que tengo que caminar varias cuadras y obvio que me da un poco de miedo porque salgo con mochila; aparte, esta no es una ciudad amable”, confesó sobre los días cuando deja el vehículo en su hogar.
En cuanto a sus compras, ya no compra mantequilla, jamón, mermelada, etc., todo lo que sea más procesado porque es más caro. “Compro verduras, muchos granos y cereales para diez días. Hace unos seis meses que no compro carne de res, he reducido esto a pollo, cerdo y bife de hígado. La carne de res me parece un lujo, cuando veo que no puedo adquirir con tranquilidad un yogurt, o toca elegir entre un té o una leche chocolatada, siento que estoy en Venezuela. Suspendí las compras en supermercado, me voy al Abasto. Y si esto me pasa estando sola, no puedo imaginar lo que ocurre en los hogares donde hay niños”, lamentó.
Gutiérrez no entiende en qué momento los bolivianos llegaron a esta situación, “a tener que comer porotos en vez de carne, a no tener gasolina, dólares. Me siento muy triste, tengo ganas de vender todo. Encima hay un nivel de depresión colectiva del que nadie habla”, se desahogó.
Hilda Huanca es comerciante de lo que se conoce como ‘ropa americana’. Según ella, desde enero del año pasado empezó a bajar sus ventas, que hoy llegan al 50% menos que en otros tiempos. Ahora se ve obligada a trabajar hasta los domingos para juntar el alquiler, o no le alcanza.
“Ha subido mucho el precio de la ropa, tenemos que pagar más por fardo porque el dólar ha subido, así que ya no puedo ofrecer las prendas que se venden más barato”, explicó.
Este descenso en su economía afecta a la rutina de su familia. Antes compraba comida para ella y sus dos hijos, pagaba Bs 12 o 15 por cada uno, y ahora Bs 18. Por este encarecimiento, cocina en casa y se lleva para todos a la tienda.
Admitió que la situación es preocupante y que le molesta, pero también dijo que tiene que mantener la tranquilidad para no enfermarme porque es mamá soltera.
Otra historia es la de los remedios. “Mi hijo menor consume varios medicamentos, pero aumentaron mucho los precios, gasto casi el doble a diferencia de antes, y en algunas ocasiones opto por la medicina natural, que es más barata”, confesó.
Marcela Marino es migrante. Su pequeña familia de tres personas está conformada por ella, su hija y su nieta. Viven en dos cuartos en alquiler, por los que pagan Bs 800.
Fuente: Ahora Digital